sábado, octubre 28, 2006

La violencia y las religiones monoteístas

Las religiones monoteístas nunca se caracterizaron por su defensa de la tolerancia y los valores democráticos. Últimamente el Vaticano hace gala de una tolerancia que no es más que una imposición de la propia sociedad civil occidental. Prácticamente todos los estados actuales de Occidente, aunque cristianos, son laicos. Y a la Iglesia no le ha quedado más remedio que aceptar su aconfesionalidad. Ahora bien, una cosa es lo que la Iglesia se ve obligada a hacer y otra bien distinta lo que le gustaría. Y lo que le gustaría realmente es que los regímenes que gobiernan esos estados regulasen la confesionalidad obligatoria. Recordemos que hasta la transición a la democracia España fue un Estado confesional católico por imposición de la Dictadura del general Franco y jamás nadie de la curia se levantó para oponerse a esta intolerable opresión. Es más, la Iglesia Oficial se sentía más que cómoda con esta anormal situación. Recientemente, el Papa Benedicto XVI, un consumado teólogo y un excepcional erudito, ha cometido un desliz con el Islam que ha provocado una “polvareda” considerable por la protesta unánime de los países musulmanes. En una conferencia en la Universidad de Ratisbona citó unas palabras del emperador bizantino Manuel II Paleólogo (1350-1425) en el que expresaba su opinión sobre el Islam del siglo XIV: “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”. La cita del máximo mandatario católico debería haberse completado con la doctrina oficial de Iglesia Católica en la misma época e incluso en épocas muy posteriores. Sería un tópico remitirse a la doctrina de la Guera elborada por la Iglesia con motivo de las Cruzadas. Un poco después, en el año 1496, el Papa Borgia, Alejandro VI, para compensar los servicios prestados por Isabel de Castilla y Ferran de Aragón al estado Vaticano impulsores de la Santa Liga que venció al enemigo del Papa Carlos VIII de Francia, decide, mediante la bula “Si convenit” concederles el título de “Católicos”. Para ilustrar la doctrina de la Iglesia en materia de violencia es suficiente con copiar un párrafo de las palabras del propio Papa contenidas en esa bula: “Decretamos llamaros en adelante, por especial prerrogativa y privilegio, Católicos, y señalar y honrar con este título peculiar en nuestras inscripciones a vuestras personas, a los cuales, en uso de nuestro oficio apostólico, por las presentes señalamos, honramos y nombramos con este tan ilustre título. Pues ¿a quien cuadra mejor el título de Rey Católico que a vosotros defensores de la fe católica y de la Iglesia Católica, a la cual se esfuerzan continuamente vuestras majestades en defender y propagar con las armas y con la sangre[1]. Es decir, exactamente lo mismo que afirmaba el citado Manuel II Paleòlogo respecto del Islam. Solo que el Benedicto XVI, con su asombrosa erudición, vio la paja en el ojo ajeno sin percatarse de la viga tenía en el propio.
[1] LLorca; Gª Villosalada; Laboa. Historia de la Iglesia Católica. Volumen III. La edad Nueva. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2005. Pag. 440.




















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jueves, octubre 26, 2006

ser de izquierdas III

La lucha de clases se desarrolló con potencia durante todo el siglo XIX y acabó integrándose en el paisaje político institucional a partir de la formación de los Sindicatos y la Internacional Socialista en el último tercio del siglo. La burguesía por su parte se atrincheró de manera tozuda en la defensa a ultranza del mercado libre, sostenido por regímenes ultraconservadores, para optimizar beneficios sobre el sudor y la sangre de la clase obrera. Marx había incluido en sus escritos, especialmente a partir de su libro "Contribución a la Crítica de la Economía política", el principio teórico básico del marxismo: "que toda mercancía no es más que trabajo humano y, por tanto, el beneficio empresarial no era otra cosa que la plusvalía obtenida por el procedimiento de detraer una parte de la aportación del obrero que el patrón se quedaba injustamente en exclusiva". La posición intransigente de la burguesía se maximalizó en las primeras décadas del siglo XX, en que se produjeron, seguramente por el enconamiento de la propia lucha obrera, los movimientos totalitaristas cuyos ejemplos más insignes fueron el nazismo alemán y el fascismo italiano. Inicialmente, estos movimientos emanaron de la voluntad popular que pedía un cambio sobre la situación en la que se vivía. Hay que dejar constancia, en descargo de los votantes alemanes e italianos, que nunca fueron conscientes de las horribles consecuencias de sus decisiones. Ellos solamente querían un cambio que mejorase sus condiciones de vida y las fuerzas políticas tradicionales no les había sabido proporcionar. Mientras tanto, en los confines orientales de Europa se estaba gestando uno de los cambios políticos que más han afectado al panorama social de la historia de la humanidad: La Revolución Soviética. Es un tópico decir que la revolución proletaria se produjo allí donde no podía producirse de conformidad con las tesis de Marx. Es evidente que en la Rusia zarista no se daban las condiciones mínimas necesarias para que pudiese desarrollarse el socialismo predicado por Marx y Engels. No había un capitalismo desarrollado. Es verdad que, desde principios del siglo XX, la burguesía rusa empezaba a realizar las acciones para intentar, sin éxito, equipararse a las economías de la Europa Occidental. Pero lo cierto es que en el año 1917 estalla la revolución en un país, Rusia, esencialmente campesino que no había hecho la revolución industrial. Lenin, la cabeza visible del Partido Bolchevique, que estaba exiliado en Suiza, es llamado urgentemente para ponerse al frente del inesperado estallido revolucionario, que se había producido, no por las condiciones objetivas de una sociedad madura para el cambio, sino por la estupidez e incompetencia del Zar que había sometido a su país a un rosario de errores civiles y militares desde el comienzo del siglo. El último de estos grandes errores fue la entrada en la Gran Guerra de la mano de unos mandos militares incompetentes, dejando el ya precario gobierno del país al cuidado de la zarina, lo cual suponía dejarlo en manos de Rasputín. Sobre unas bases tan débiles construir el socialismo no era más que una utopía como demostraría la desgraciada historia de la Unión Soviética.




















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miércoles, octubre 25, 2006

La inmigración: una bomba de relojería

Las tropelías que hoy cometemos con los emigrantes tendrán sus consecuencias más funestas en las próximas generaciones. Nadie les ha pedido que vengan, pero los necesitamos. Ellos hacen los trabajos más sucios y más duros y les pagamos una miseria, juntamente con toneladas de desprecio. Es verdad que así han sido todas las oleadas migratorias a lo largo de la historia. Pero que en el siglo XXI sigamos con ese horrible mercado de esclavos, enmascarándolo con nombres menos repugnantes, no deja de ser una paradoja en una época en que a los europeos se nos llena la boca de derechos humanos. La única manera de mirar decentemente el fenómeno de la inmigración, es considerarlo como la mejor inversión en factor humano que podríamos haber hecho. Es verdad que la mayoría de los ciudadanos son capaces de entender la horrorosa tragedia de esta personas, pero también es verdad que no mueven un dedo para ayudarles a resolver sus problemas. Al fin y al cabo no son más que mano de obra barata de la que nos aprovechamos todos. Pero, ¿Y sus condiciones de vida?. ¿Y el terrible drama de la educación de sus hijos?. Algunas personas se quejan de que tengan los mismos derechos que los nacionales del país de residencia. Parten estas personas de la "ética" consideración de verse como superiores a ellos. Lo lógico sería que se quedaran en su tierra y los países ricos se volcaran en colaborar para generar progreso y bienestar. Pero mientras esto no se produce, y mientras los sigamos necesitando, es obligación del estado de acogida dedicar los recursos necesarios para que se produzca una integración verdadera. Desde el momento que llega para quedarse definitivamente, el inmigrante debe ser acogido simplemente como un ser humano. Sus hijos recordarán siempre la forma en que ellos y sus padres fueron tratados. El recién llegado debe sentirse como un huésped, nunca como un fiera acosada y perseguida. Sabemos que cuesta mucho dinero, pero será el dinero mejor gastado por las instituciones públicas. No hacerlo así supone de hecho la creación de guetos y la generación de un rencor que provoca frustraciones, nostalgias de los países de origen y conflictos sociales. La llegada de inmigrantes no es un problema de orden público es una cuestión de solidaridad y justicia, pero también una cuestión económica y social de primer orden que debe ser tratada con la categoría de prioridad absoluta por parte de los gobiernos. Da pena tener que oír propuestas como la del candidato a la presidencia de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas, que les quiere imponer una especie de "carnet por puntos" trasladándole a ellos los esfuerzos derivados de la acogida. Como si no tuvieran que hacer ya un esfuerzo sobrehumano para sobrevivir en un mundo hostil lejos de los paisajes que les son familiares, explotados y expoliados hasta la extenuación y engañados por nuestros inteligentes empresarios. Esa propuesta es, cuanto menos, racista.

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martes, octubre 24, 2006

Ser de izquierdas II

La izquierda surgió durante la Revolución Francesa al identificarse con los representantes que se sentaban a la izquierda en la Asamblea Nacional. Constituía la izquierda el pueblo llano, aquellos que formaban parte de la "nación" y que se distinguían del clero y la aristocracia, que no formaban parte de ella. Se trataba del tercer estado, en el que se incluían tanto la "burguesía" de las ciudades como los menestrales y artesanos y, por extensión, los campesinos sometidos al régimen señorial. Por tanto la primera acepción de la palabra izquierdas no tenía nada que ver con una adscripción ideológica y sí con el estatus y la clase social en la que una persona había nacido. En todo caso, es evidente que los planteamientos de la izquierda de entonces habían de coincidir necesariamente con sus aspiraciones a una vida más libre y más justa. Por tanto, ser artesano o comerciante implicaba ser de izquierdas. Si se era del clero o la aristocracia, se era de derechas. Muy lejos de lo que puede entenderse hoy en día por izquierda. Pero la Revolución Francesa fue una revolución auspiciada y dirigida por la burguesía y sus fundamentos inspiradores fueron finalmente interpretados por ella. Y ella fue la que escribió las leyes que desarrollarían los principios emanados de la Ilustración en su propio interés y olvidando, como era lógico, las aspiraciones de sus compañeros iniciales de viaje Durante el siglo XIX el concepto de izquierdas fue evolucionando. La formación del Movimiento Obrero, a partir de los desmanes de la Revolución Industrial, fue dotando de un nueva sentido al término que ya había calado en el vocabulario político. Naturalmente, la burguesía, entendida como clase, ya no formaba parte de la izquierda. Era el nuevo poder hegemónico en los ámbitos político y económico. La burguesía era la fuerza decisoria y la que provocó, a través del liberalismo económico y la entronización del mercado como instrumento de regulación de sus intereses, la situación de postración y miseria de la clase obrera. El capitalismo sin freno dio nuevo sentido a la palabra "izquierda" y fueron los trabajadores por cuenta ajena y los campesinos los que se cobijaron bajo sus principios y sus iniciativas liberadoras. El apóstol de la izquierda fue Karl Marx, el cual, separándose de los movimientos anarquistas, dotó a la izquierda de una teoría y una filosofía que fueron asumidas con la fe de una nueva Biblia. "El Manifiesto Comunista" y "El Capital", dentre otros libros, contenían el arsenal ideológico en que la izquierda sustentó sus reivindicaciones durante muchos años. El "materialismo histórico" era el instrumento de análisis de los procesos históricos y la lucha de clases la forma de modificar el curso de la historia en beneficio de los más desfavorecidos. La izquierda adquiría de esta forma una doctrina y una filosofía de base que la acompañaría y la nutriría hasta la segunda mitad del siglo XX.

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lunes, octubre 23, 2006

A propósito de la película “¿Y tu que sabes?”

La película es una mezcla de ficción y documental a partes desiguales. Digo a partes desiguales por algunos aspectos de “ciencia-ficción” que malogran de manera catastrófica el resultado final. En la película aparecen, impartiendo doctrina, toda una serie de científicos de diversas universidades americanas, fundamentalmente físicos. También hay médicos, psiquiatras y hasta un teólogo. La técnica de documental, con aportaciones constantes de los científicos, está francamente conseguida, lo que produce una enorme sensación de credibilidad de lo que la cinta pretende transmitir. Pero, aquí viene el “quid” de la cuestión: ¿Qué nos quiere transmitir la cinta?. La línea argumental la establece la situación en que ha quedados una fotógrafa sordomuda después de un fracaso matrimonial debido a la infidelidad de su pareja. Su vida pierde una parte de su sentido. La ingesta constante de tranquilizantes para aliviar su depresión nos muestra a una mujer derrotada psicológicamente y con escasas ganas de disfrutar de la vida. De camino a su trabajo se tropieza con niño que juega a baloncesto y que le lanzándole la pelota la invita a sumarse al juego. Lo que le está proponiendo el niño con el juego es que sea ella misma la que dirija su propia vida y no se deje abatir o llevar por factores externos. Lo que le está diciendo es que ella puede crear su propia realidad. Es ella misma la puede moldear esa realidad a su gusto y se puede transformar en la directora de su propia vida. Hasta aquí, nada que decir. Las primeras intervenciones de los científicos son realmente alentadoras. Su capacidad de comunicación es excelente. Resucitando el viejo debate de la “probabilidad”, que fue objeto de análisis profundo por parte de los mejores filósofos del siglo pasado, nos intenta transmitir que hay otras formas de percibir la realidad, e incluso construirla, a través formas nuevas de enfrentarse a ella de manera similar a las potencialidades “misteriosas”de la física cuántica. Detrás de todo este planteamiento se atisba el anuncia de una nueva revolución cultural a través de la renovación de los planteamientos científicos, filosóficos e incluso metafísicos. El argumento fundamental es que la realidad tiene una estructura cuántica. Por tanto esa realidad no esta definida del todo por elementos externos a nosotros mismos. La película se ilustra con ejemplos muy bien presentados a través de imágenes reales, animaciones y efectos especiales, y abarca la mayoría de las cuestiones metafísicas que el hombre se planteado a lo largo de los tiempos: Dios, el amor, el sexo, la muerte, etc. En realidad el planteamiento no es del todo nuevo porque ya es bastante antigua la teoría que asegura que nuestros sentimientos son puras reacciones químicas o el poder de influencia de la mente. Como digo, los argumentos son de una credibilidad extraordinaria y acaban enganchando y seduciendo. Naturalmente no son argumentos que puedan resistir un planteamiento rigurosamente científico, pero son tan rigurosos como otras miles de hipótesis que circulan como auténticas sin haber sido sometidas a la más mínima verificación. En este sentido, la capacidad de la película de inducir a la reflexión es extraordinaria. Hay un momento en que una mujer, pretendidamente científica y que debió ser muy guapa en su juventud, expresándose con un gran propiedad, seguridad y presumible rigor, nos invita al perfeccionamiento de nuestra mente. La mente es lo importante en el ser humano. Y es rigurosamente cierto que nuestro valor diferencial respecto de otros seres vivos es nuestra mente y nuestra capacidad de reflexionar sobre nosotros mismos. Esa enigmática mujer requirió por mi parte una mayor profundización. Parecía ser la persona de más autoridad por la forma de manifestarse y por la gran serenidad con la que envolvía sus palabras. Ella era la que precisamente nos anima a trabar relación con “El observador” externo, porque así podremos llegar a un límite infinito de superación y mejora hasta llegar a ser como “dioses”. Buscando información sobre ella, descubrí la clave de la película que solamente aparece esbozada en una primera visión. Se trata de Ramtha, un filósofo y científico que utiliza como canal de comunicación con el mundo a través de una mujer llamada JZ Knight. En este punto la película empieza a perder su rigor científico ya que se adentra en una especie de parapsicología completamente rechazable. Según he podido averiguar el citado Ramtha afirma que en una vida anterior, hace 35.000 años, aprendió a separar su conciencia de su cuerpo. Ante semejantes afirmaciones uno no puede menos que fruncir el ceño y huir despavorido. Especialmente cuando finalmente se acaba por descubrir que la película es una forma inteligente de difundir las ideas de una nueva secta que gira bajo la denominación “Ramtha School enlightenment que pretende buscar la mejora individual a través de la iluminación. La película pasa por ello de ser interesante a ser tramposa y, por tanto, rechazable. A pesar de ello creo que tiene el interés de ser capaz de hacer un planteamiento inteligente de los problemas eternos del género humano y merece, con las prevenciones apuntadas, ser vista.

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Ser de inquierdas I

Cada vez que se acercan elecciones los ciudadanos hemos de hacer el ejercicio cívico de refrescar nuestras conciencias para decidir el sentido de nuestro voto. Nos llenan la cabeza de izquierdas, derechas, centros, liberales, democristianos, nacionalistas, fascistas, etc. Pero, vayamos por partes. Hay un hecho constatado: para que una persona de nuestro tiempo pueda presentar una buena imagen delante de los demás es importante que se autodefina como de izquierdas. No es tan importante serlo como decirlo. Pero, ¿que es realmente ser de izquierdas?; ¿se trata de un simple sentimiento con un valor puramente emocional?. ¿es una mera etiqueta o marca comercial libre de la que puede hacer uso cualquier persona o cualquier partido?. ¿es una opción ideológica que supone un compromiso con el progreso?. ¿Una cuestión de marketing en un mercado de compra y venta de votos?. Yo recuerdo, de pequeño, haber oído en mi pueblo hablar de las personas que estaban por "la idea". Los que se identificaban con este concepto eran personas sobre las que no operaba ningún tipo de ambigüedad. Eran las personas que querían un futuro de libertad, igualdad y solidaridad. Es decir, querían un régimen político igualitario y libre. Eran, generalmente, personas que habían sido barridas por la monstruosidad de la Guerra Civil española y que un día soñaron con un mundo mejor amparado por el manto protector de una República idealizada. En general, solían ser gentes pobres o minorías concienciadas en un mundo en que simplemente sobrevivir ya era toda una proeza para la mayoría de las personas.. Unos eran de izquierdas porque eran pobres y otros, sin serlo, porque querían un mundo donde todas las personas pudieran ser iguales. Lo que es seguro es que ser de izquierdas en España durante la época franquista era peligroso. Los militantes de izquierdas materialmente se "jugaban el tipo". Este era un concepto definido por las necesidades apremiantes de libertad y justicia social correspondiente a una determinada época y que hoy ya ha dejado de tener vigencia, al menos en la Europa Occidental. Hoy, en un mundo donde sobrevivir ya no se puede considerar una proeza, ser de izquierdas puede ser simplemente adherirse o votar a un partido que tiene entre sus atributos este apelativo. Pero sin haber meditado en profundidad que significa. Y, a partir de aquí, se puede ser más o menos de izquierda. Si una persona o un partido se manifiesta como más radical, entonces será más de izquierdas. Si nos paramos un poco a reflexionar podríamos preguntarnos: ¿más radical respecto de qué?. La ideología, cuando se trata de la izquierda, es algo más que una manifestación del puro instinto emocional. Es algo que se ha de apoyar sobre unos presupuestos ideológicos y filosóficos que es necesario primero explicitar y después asumir con conocimiento. Si no es así, se trata de una mera adscripción grupal carente de sentido social.

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sábado, octubre 21, 2006

Los misterios olvidados de Hermes Trismegisto

El monoteísmo nos ha despojado de la gran diversidad de mitos espirituales que la cultura occidental había tenido en su origen. Puede ser cierto que una parte del patronazgo que ejercían los dioses del glorioso paganismo se haya integrado en las devociones a los diversos “santos” de la iglesia cristiana para cubrir ese infinito e inquietante vacío. Pero, al haber sido rebajados de categoría por la dictadura monoteísta, han dejado de tener una parte importante de su fuerza mitológica. Pensamos, por ejemplo, en la gran plasticidad intelectual del dios egipcio Toth. Era el autor de todas las obras que contenían la totalidad del saber del antiguo Egipto. También se le atribuían cuarenta y dos libros sobre ciencias ocultas. Dentro del culto egipcio, él era el gran consejero y secretario de Osiris. Un consejero necesario e imprescindible como referente del quehacer diario y que se integraba perfectamente en se edificio religioso que dotaba de cohesión espiritual a la sociedad egipcia antigua. Este dios egipcio, Toht, fue adoptado por los griegos con el nombre de Hermes Trismegisto (tris: tres veces grande/megisto-megas: grande). El mismo dios pasó a los fenicios con el nombre de Taut y a los romanos con el nombre de Mercurio. De este Dios procede la palabra “hermético”, es decir, aquello que está reservado sólo a los iniciados. Pero también de su nombre proceden los denominados libros herméticos relacionados con la alquimia, la magia y todas las demás ciencias ocultas. No es nada fácil entender el sentido de la literatura hermética. Pueden ser un buen ejemplo las palabras con las que los libros hermétcos definen a Dios: “Círculo cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no está en ninguna”. Todas las enseñanzas de este Dios fueron asumidas por los griegos y desarrolladas en los misterios órficos y eléuticos. Pero también en esa doctrina maravillosa que es el esoterismo pitagórico y en los filósofos de la naturaleza y en los escritos de Platón. Todo ese universo mágico tan espiritualmente atractivo y valioso, fue borrado como profano por la superstición/superchería cristiana basada, por cierto, en un origen similar. El cristianismo no es más que un desarrollo de los cultos místéricos y de salvación individual orientales, adobados por una doctrina improvisada durante siglos a partir de los dogmas de Nicea. Si profundizamos un poco, nos daremos cuenta de las enormes concomitancias que hay entre el misterismo oriental y la teología cristiana original. Sólo que el cristianismo esta pasado por el tamiz y la censura de una organización tan jerarquizada como la Iglesia Católica que sirve esencialmente a los intereses civiles de los poderosos. La ortodoxia cristiana actual, sin embargo, poco o nada tiene ya que ver con la libertad y la heterodoxia de los cultos originales del Próximo Oriente. No es de extrañar que el mundo occidental eche de menos referentes espirituales como el Hermes Trismegisto. Y ello porque aquellos cultos tenían como protagonista a las personas que, mediante unos rituales verdaderamente participativos, tendían a fundirse con sus dioses. Apuleyo nos describe en “El asno de oro” los meticulosos y festivos ritos de los cultos de Isis, la diosa egipcia importada por el Imperio Romano. Los rituales religiosos occidentales han perdido ese maravilloso protagonismo de los fieles para hundirse en la pasividad de los creyentes que no tienen mucho que decir, excepción hecha de algunos lugares concretos del Mediterráneo que todavía conservan algunos rasgos del modelo original oriental.

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viernes, octubre 20, 2006

El aliento de Dios. Copying Beethoven

Una película sobre Beethoven es siempre, para las personas que aman la música, una ocasión para la reflexión, porque, salvo que se trate de una película pesada o petulante, las incursiones en la vida o en la obra del genio alemán, si son honestas, suelen ser bien recibidas. Recuerdo la no muy lejana “Amada inmortal” de Bernard Rose del año 1994 donde Gary Oldman hacía una interpretación soberbia, o la más antigua “Un gran amor de Beethoven" del director Abel Gance del año 1936. Es la música la excusa. Pero también lo es la biografía de un hombre que, además de un sublime autor musical, era a la vez un personaje de gran carisma y carácter con una personalidad arrolladora que se presta sin duda a la caricatura y a la sobreactuación, y cuya vida privada está llena de lagunas y por ello se presta también a ser llenada por medio de la ficción. La tragedia que supuso para el mayor genio de la música ser sordo desde su juventud, también es un factor añadido a las posibilidades de dramatización. Esa desgraciada circunstancia le había conferido un carácter tan misántropo que, con el paso del tiempo, se había ido transformando en un hombre solitario, huraño y muy difícil de soportar. Precisamente es esta época de madurez creativa y solitaria del final de su vida la que intenta llenar mediante la ficción la película Copying Beethoven. Sin un gran presupuesto, como el de “Amadeus” de Milos Forman, esta cinta huye de elementos postizos a la biografía pura y dura (el odioso biopic americano) para, mediante el recurso a la ficción desnuda y honesta, centrarse en la tarea creativa del músico en ese momento de cambio sustancial y maravilloso que estaba experimentando en aquellas fechas después de la sequía a la que le había llevado la dedicación exclusiva a la ecuación de su sobrino Karl. En los últimos años de su vida Bethoven había dado un salto de gigante adentrándose por parajes creativos cada vez más complejos e intelectuales que le llevaron a ser incomprendido por sus contemporáneos. En suma, estaba sentando las bases de la música que después desarrollarían, con un nivel siempre inferior en lo que a grandeza se refiere, Malher, Bruckner, Brahms, o Wagner. La figura de Anna Soltz, muy bien interpretada por Diane Kruger, es una forma de indagar en la mente del genio para obtener alguna respuesta a ese torrente de creatividad imparable que desarrolló al final de su vida. El uso que la directora polaca Agnieszka Holland hace de los últimos cuartetos, la Gran fuga o la Novena Sinfonía, entre otras piezas musicales, me parece absolutamente honesto y adecuado. Los diez minutos a que se reduce la interpretación de la Novena están cargados de significado y emoción. La escena en la que Anna Soltz escondida entre los músicos de la vista del público mostrándole a Beethoven con sus manos y sus ojos las cadencias para que el genial sordo pudiese dirigir la orquesta, no es más que una maravillosa metáfora carnal de la belleza espiritual que inundaba la solitaria vida de Beethoven y la fuerza incontenible que emanaba de su interior y que llevaron en la realidad histórica no sólo a componer extraordinarias piezas musicales como la Novena, sino también a dirigir personalmente y de manera soberbia, pese a su sordera, en el Teatro An der Wien el año 1824 esta sinfonía cargada del espíritu de la Revolución Francesa cuyos principios inspiradores habían calado de manera profunda en la compleja mente de Bethoven. Un logro importante de la directora es haber conseguido separar al hombre del genio humanizándolo como antes nadie los había hecho. Creo que este tratamiento demuestra el enorme respeto que le profesa y que le agradecemos los que le tenemos una admiración sin límites. Ed Harris sobreactúa como era de esperar, pero también, como era de esperar, consigue la recreación de un Beethoven tremendamente atractivo y de una gran credibilidad pese a la existencia de escenas del todo increíbles como la salida a hombros del teatro. Se pueden poner muchas pegas a la directora, como el carácter excesivamente conservador y previsible de la puesta en escena que nos recuerda al Wadja de los años ochenta, o las indebidas rupturas de continuidad que se aprecian frecuentemente. Pese a todo yo saludo este renacimiento de Beethoven que, naturalmente, no es ni el mejor ni será el último, y que nos ha permitido reencontrarnos con el genio y su música siempre tan emocionante como descaradamente moderna en una película que alcanza algunos momentos de sublime delirio y que se ve, en su conjunto, con corrección y agrado. Lo que, en los últimos tiempos es mucho.

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jueves, octubre 19, 2006

Reflexión de un hombre del Renacimiento

"Cuando Dios ha completado la creación del mundo, empieza a considerar la posibilidad de la creación del hombre, cuya función será meditar, admirar y amar la grandeza de la creación de Dios. Pero Dios no encontraba un modelo para hacer al hombre. Por lo tanto se dirige al prospecto de criatura, y le dice: "No te he dado una forma, ni una función especifica, a ti, Adán. Por tal motivo, tu tendrás la forma y función que desees. La naturaleza de las demás criaturas, la he dado de acuerdo a mi deseo. Pero tú no tendrás límites. Tú definirás tus propias limitaciones de acuerdo a tu libre albedrío. Te colocaré en el centro del universo, de manera que te sea más fácil dominar tus alrededores. No te he hecho ni mortal, ni inmortal. Ni de la tierra, ni del cielo. De tal manera, que tú podrás transformarte a ti mismo en lo que desees. Podrás descender a la forma más baja de existencia como si fueras una bestia o podrás, en cambio, renacer más allá del juicio de tu propia alma, entre los más altos espíritus, aquellos que son divinos." Pico della Mirandola

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Los valores de nuestro siglo

¿Como definir el espíritu de los hombres del siglo?. Posiblemente la tecnología y la confortabilidad de los últimos años han producido una actitud de escaso compromiso de nuestros conciudadanos con su sociedad. Incluso las personas más activas intelectualmente se entregan sin rubor a la práctica de un hedonismo desvergonzado que nadie parece rechazar o censurar. Las reflexiones de carácter espiritual parecen haber dejado de tener sentido. No me estoy refiriendo a las de tipo religioso, pues incluso la filosofía parece transitar por caminos de una esterilidad desesperante. Ni siquiera la actitud desafiante respecto de los valores establecidos de Michel Onfray pone nerviosos a los poderosos, porque su defensa a ultranza del hedonismo le hace caer fatalmente en el lado de los "defensores del sistema". Recientemente una conversación, al parecer trivial, entre amigos sobre la personalidad y el significado de la madre Teresa de Calcuta me hizo reflexionar sobre los valores dominantes y las actitudes a las que se da un valor importante en nuestra sociedad. Comentaba uno de mis interlocutores que la mencionada Teresa se podía considerar una persona que no aportaba mucho a la mejora de la humanidad como no fuese al enorme aparato de marketing de la Iglesia Católica. Otro comentaba que la elogiada monja era un ejemplo consumado del egoísmo propio de nuestras sociedades. Esto provocó la indignación de uno de los oyentes que dejo la conversación de forma violenta y airada, diciendo que éramos una panda de irresponsables, pedantes y provocadores. Yo no estoy muy seguro de la acusación de egoísmo, pero es evidente que la citada señora ha logrado una fama universal junto con uno de sus más recónditos deseos: conseguir la canonización. De hecho, tengo la sensación que cuidaba su imagen de santa de una forma más que esmerada, hasta el extremo que se ha transformado en un icono contemporáneo del Vaticano. Recordaba esta conversación viendo la entrevista que recientemente le hacían por Televisión española al clérigo Jon Sobrino. Reivindicaba este buen hombre las figuras de muchos clérigos que había sido asesinados por el ejercicio de su actividad religiosa al defender a los pobres de Sudamérica de la voracidad de los ricos y los poderosos. Y mencionaba especialmente los casos de Oscar Romero e Ignacio Ellacuría. Toda la cuidada atención que el Vaticano ha tenido con la madre Teresa se la ha negado a estos dos incansables luchadores por la emancipación del género humano. Mientras tanto, nuestros hedonistas intelectuales, creadores de opinión y de valores, disfrutan con alegría, extraordinariamente cómodos con su progresismo de salón, mientras alaban las virtudes de un vino de crianza en un restaurante lujoso y cuentan los ceros de sus cuentas corrientes. Parece que su guerra no es de este mundo.

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miércoles, octubre 18, 2006

La tercera cultura: una inexcusable síntesis

Cuando el día 7 de mayo de 1959 Sir Charles PercySnow pronunciaba en la Universidad de Cambridge una conferencia titulada “las dos culturas y la revolución científica” no era consciente todavía que estaba poniendo la piedra angular d elo que hoy se denomina la tercera cultura. La tesis se establece a partir de la tradicional separación –incluso podríamos hablar de incomunicación absoluta-, entre dos grupos que comenzaron caminando juntos en los albores de la filosofía de la naturaleza y que, siglos más tarde, acabaron por separarse: los “filósofos” y los “científicos”. Los exponentes de estos dos grupos han ignorado desde el siglo XVII sus respectivos campos de experiencia. Después de esta formulación, el carácter elevado de la filosofía, el arte, la estética, la historia y resto de disciplinas de letras ha sido puesto en tela de juicio por los científicos que no se resignan a esta posición subordinada y han decidido tomar al asalto la primera cultura. Es decir, salir de las cavernas en las que habían sido enclaustrados por los “intelectuales” y comunicarse directamente con el público, transformando lo que tradicionalmente se ha llamado ciencia en cultura pública. Esta es la más conocida de las formulaciones sobre la tercera cultura y también la más exitosa, al menos desde el punto de vista editorial. Este es un debate que se encuentra ahora en su punto más fascinante, especialmente a partir de las posiciones adoptadas por Alan Sokal Sokal y Jean Bricmont[1] y, principalmente, la tramposa formulación de John Brockman en 1995 en su libro La tercera cultura. Más allá de la revolución científica. Brockman nos dice que “la tercera cultura reúne a aquellos científicos y pensadores empíricos que, a través de su obra y creación literaria, están ocupando el lugar del intelectual clásico a la hora de poner de manifiesto el sentido más profundo de nuestra vida, replanteándose quienes y qué somos”[2]. Ortega y Gasset le respondería su famoso “no es eso”. Es verdad que es necesaria una nueva cultura, llámese tercera o de cualquiera otra forma. Es verdad que los tradicionales conceptos filosóficos y metafísicos han perdido el sentido que tuvieron hasta Kant como elemento de explicación del mundo y del espíritu humano. Pero la pedestre formulación de Brockman no hace más que manifestar nueva exclusión: la de los filósofos y literatos. Según Brockman éstos son titulares de unas disciplinas que carecen de base científica y que, por ello, no deben merecer la atención del público, ya que sólo los científicos conscientes y comprometidos[3] podrían tener derecho a usufructuar el pomposo título de ”intelectuales”. Contra este tipo de reduccionismo, planteado ya en otros términos por el Círculo de Viena en los años 30 del siglo pasado, se levantó el judío vienés Wittgenstein. Hoy es un clamor la necesidad de una difícil síntesis. Los problemas del ámbito filosófico y metafísico siguen siendo tan esenciales como hace cien o mil años, y la respuesta a ellos no pude ser meramente metafísica. En esta respuesta, formulada de una forma adecuada –y no en los términos excluyentes de Brockman- se encuentra el campo de esa tercera cultura cuya definitiva afloración añoramos todos. Como dice Fernández Buey, el humanista de nuestra época no tiene por qué ser un científico en sentido estricto (ni seguramente puede serlo), pero tampoco tiene por qué ser necesariamente la contrafigura del científico natural o el representante finisecular del espíritu del profeta Jeremías, siempre quejoso ante las potenciales implicaciones negativas de tal o cual descubrimiento científico o de tal o cual innovación tecno-científica[4].











[1] Sokal, Alan; y Bricmont, Jean. Imposturas intelectuales. Paidos Barcelona, 1996
[2] Brockman, John. La tercera Cultura. Tusquets editores. Libros para pensar la ciencia. Barcelona, 2000
[3] Álvarez Muñoz, Evaristo. La guerra de las ciencias y la tercera cultura. Revista Cinta de Moebio, nº 19. Universidad de Chile.
[4] Fernández Buey, Francisco. Discurso leído en la inauguración del curso 2005-2006 en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona el día 3 de octubre de 2005.

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Empezar por el principio

Dicen las primeras palabras del Génesis: “Y en el principio creó ‘Eloim los cielos y la tierra. Ahora bien, la tierra era yermo y vacío, y la tinieblas cubrían la superficie del Océano mientras el espíritu de ‘Eloim se cernía sobre la haz de las aguas. Y dijo ‘Eloim: ‘Haya luz’, y hubo luz”[1]. Estas maravillosas palabras podrían ser la primera muestra de literatura de la humanidad. Y la literatura empezó bien, creando uno de los personajes mas espléndidos y duraderos producidos por el hombre: “Eloim/Yavé”. Y después, nos dice el gran Harold Bloom[2], Abram, se convirtió en Abraham, padre de los judíos, de los cristianos y de los musulmanes. Y este Abraham posiblemente vivió en el siglo XVIII antes de nuestra era. Esta maravilla, que llamamos “la Biblia” (el libro) comenzó a escribirse en sus primeras partes (Génesis, Éxodo y Números) -las partes cruciales- en el siglo X a.C., y el redactor-editor (Bloom habla de redactora-editora) ababó el libro de los Reyes durante el exilo babilónico de los judíos, aproximadamente en 550 a. C. Es muy curioso que los primeros monumentos literarios de la Humanidad (la Biblia y la Ilíada) tengan su punto más excelso por las mismas fechas. Aproximadamente el año 1200 a. C. cuando se produjo la Guerra de Troya y el Éxodo de los judíos a Egipto. Y desde entonces, la humanidad no ha parado de “inventar” literatura. Unos años después se produjo, con los filósofos de la naturaleza, la inquietud y la curiosidad por el origen de las cosas y los procesos de la naturaleza. También desde entonces las ciencias han avanzado de una manera extraordinaria.

Pero ni la literatura ni la ciencia han podido evitar que el misterio de la vida siga sin resolverse. Por eso he querido iniciar este “blog” por el principio. Por ese pasmo que tenemos los humanos ante la vida. Es verdad que los científicos están cada vez más cerca de definir con una cierta exactitud los orígenes de la vida. Y nos hablan de proteínas que comenzaron a sintetizarse hace 1200 millones de años. La evolución llevó a estas germinales proteínas a convertirse en personas hace unos cuatro o cinco millones de años. “Lucy” vivió en esas fechas junto al lago Turkana. Era una mujer pequeñita (austrolopitekus aferiensis la llaman los paleontólogos) que había dejado de vivir en los árboles y caminaba erguida. Por aquellas lejanas fechas todavía los humanos no tenían la capacidad de reflexionar y pensar sobre si mismos. Las necesidades de supervivencia eran su principal preocupación. Hace unos 500.000 años el hombre comenzó esta reflexión cuando decidió enterrar a sus muertos en lugar de abandonarlos a las fieras carroñeras. Coincidió con la invención de fuego. Pasaron muchos siglos hasta la llegada del Yavista que nos dio una explicación “coherente” de nuestros orígenes. Digo coherente porque es más racional que la Teogonia griega u otras mitologías de las mismas fechas. Y hoy no es extraño que los humanos sigan discutiendo sobre este complicado tema. O, en todo caso, los humanos no dejamos de preguntarnos frecuentemente por esa inquietante nebulosa indescifrable que es el origen de la vida. Y nos dividimos en ateos y creyentes, apelando os primeros a la razón y los segundos a la fe. Y la razón y la fe continúan y continuarán en conflicto por los siglos de los siglos.

Lo anterior ha sido una excusa para comenzar (por el principio), ya que este blog no tiene carácter temático y por lo tanto no versará ni sobre ciencia, ni sobre filosofía ni sobre religión. O versará sobre todo ello y muchas cosas más. Sólo dejar constancia que, miles de años después, el hombre sigue necesitando de mucha reflexión para arreglar sus asuntos que andan bastante revueltos.
[1] La Biblia. Volumen 1. El Pentateuco: Salvat editores. Madrid, 1975. Pág. 3
[2] Bloom, Harold. Genios. Editorial Anagrama. Barcelona, 2005.

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martes, octubre 17, 2006

El laberinto del fauno de Guillermo del Toro. La historia como fábula

¿Puede mezclarse la magia con la violencia más descarnada para hacer un producto de entretenimiento?. Eso podría sugerir la película de Guillermo del Toro "El laberinto del fauno". Pero esta película no es ni por asomo un producto de entretenimiento. Es una obra que, con una gran capacidad didáctica, nos informa de unos sucesos terribles de la historia reciente que nunca habían sido tocados de una manera seria por el cine español. Y, desde ese punto de vista, es una gran aportación -aunque un poco tardía-, al conocimiento de esa historia sórdida e increíble de la España del siglo XX. Esta película nos muestra una visión del "maquis" durante los años cuarenta del pasado siglo y su tremendo y desigual enfrentamiento con las fuerzas fascistas dels franquismo. Pero, sorpresivamente, es también la historia del mágico mundo interior de una niña que acabará por ser una metáfora descarnada de unas ilusiones perdidas y masacradas por el franquismo. Pero ello no quiere decir que pueda hablarse, como podría parecer en principio, de dos historias paralelas que tienen por objetivo converger al final de la película. En fin, no se trata de historias paralelas ni complementarias sino de dos mundos "soñados" que se superponen y juegan a sucederse uno al otro. A uno de ellos entramos por la vía prosaica de los adultos y al otro a través de la extrema sensibilidad de la niña que lo percibe con absoluta naturalidad.
La contraposición del hipernaturalismo de la historia real, a la que los actores dotan de una dimensión de total credibilidad, se contrapone mágico mundo del fauno con su propia sintaxis y su propia lógica sobrenatural. Las dos lógicas conviven y, por momentos, interactuan. Sin estar predestinados a ello acaban por enfrentarse y la violencia vence a la magia. O al menos es lo que la realidad parece transmitir, porque acabar con el mundo de los sueños no es tan sencillo y las imágenes finales del film se tiñen de una esperanzada ambigüedad.
La película es de una fascinación impredecible y ello permite que se pueda tolerar la extremada violencia de algunas de sus escenas. Una violencia que no es gratuita en ningún momento y que es imprescindible para dotar de sentido a la historia que se pretende transmitir.
Una lectura metafórica de los personajes nos permitiría hablar de dos fuerzas enfrentadas. De una parte, la brutalidad de los militares fascistas encabezados por ese "alter ego" del propio Franco que es el Jefe del destacamento militar. De otra, la figura de la niña es una representación ingenua de la República, al mismo tiempo soñadora, mágica y masacrada.
Si el director ha conseguido una obra de una calidad extraordinaria, la actuación de los actores es excepcional. Jordi López borda el papel del militar fascista, Maribel Verdú nos impresiona por este nuevo registro desconocido hasta ahora y la niña Ivana Baquero es todo un descubrimiento.

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