sábado, octubre 21, 2006

Los misterios olvidados de Hermes Trismegisto

El monoteísmo nos ha despojado de la gran diversidad de mitos espirituales que la cultura occidental había tenido en su origen. Puede ser cierto que una parte del patronazgo que ejercían los dioses del glorioso paganismo se haya integrado en las devociones a los diversos “santos” de la iglesia cristiana para cubrir ese infinito e inquietante vacío. Pero, al haber sido rebajados de categoría por la dictadura monoteísta, han dejado de tener una parte importante de su fuerza mitológica. Pensamos, por ejemplo, en la gran plasticidad intelectual del dios egipcio Toth. Era el autor de todas las obras que contenían la totalidad del saber del antiguo Egipto. También se le atribuían cuarenta y dos libros sobre ciencias ocultas. Dentro del culto egipcio, él era el gran consejero y secretario de Osiris. Un consejero necesario e imprescindible como referente del quehacer diario y que se integraba perfectamente en se edificio religioso que dotaba de cohesión espiritual a la sociedad egipcia antigua. Este dios egipcio, Toht, fue adoptado por los griegos con el nombre de Hermes Trismegisto (tris: tres veces grande/megisto-megas: grande). El mismo dios pasó a los fenicios con el nombre de Taut y a los romanos con el nombre de Mercurio. De este Dios procede la palabra “hermético”, es decir, aquello que está reservado sólo a los iniciados. Pero también de su nombre proceden los denominados libros herméticos relacionados con la alquimia, la magia y todas las demás ciencias ocultas. No es nada fácil entender el sentido de la literatura hermética. Pueden ser un buen ejemplo las palabras con las que los libros hermétcos definen a Dios: “Círculo cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no está en ninguna”. Todas las enseñanzas de este Dios fueron asumidas por los griegos y desarrolladas en los misterios órficos y eléuticos. Pero también en esa doctrina maravillosa que es el esoterismo pitagórico y en los filósofos de la naturaleza y en los escritos de Platón. Todo ese universo mágico tan espiritualmente atractivo y valioso, fue borrado como profano por la superstición/superchería cristiana basada, por cierto, en un origen similar. El cristianismo no es más que un desarrollo de los cultos místéricos y de salvación individual orientales, adobados por una doctrina improvisada durante siglos a partir de los dogmas de Nicea. Si profundizamos un poco, nos daremos cuenta de las enormes concomitancias que hay entre el misterismo oriental y la teología cristiana original. Sólo que el cristianismo esta pasado por el tamiz y la censura de una organización tan jerarquizada como la Iglesia Católica que sirve esencialmente a los intereses civiles de los poderosos. La ortodoxia cristiana actual, sin embargo, poco o nada tiene ya que ver con la libertad y la heterodoxia de los cultos originales del Próximo Oriente. No es de extrañar que el mundo occidental eche de menos referentes espirituales como el Hermes Trismegisto. Y ello porque aquellos cultos tenían como protagonista a las personas que, mediante unos rituales verdaderamente participativos, tendían a fundirse con sus dioses. Apuleyo nos describe en “El asno de oro” los meticulosos y festivos ritos de los cultos de Isis, la diosa egipcia importada por el Imperio Romano. Los rituales religiosos occidentales han perdido ese maravilloso protagonismo de los fieles para hundirse en la pasividad de los creyentes que no tienen mucho que decir, excepción hecha de algunos lugares concretos del Mediterráneo que todavía conservan algunos rasgos del modelo original oriental.

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