jueves, octubre 19, 2006

Los valores de nuestro siglo

¿Como definir el espíritu de los hombres del siglo?. Posiblemente la tecnología y la confortabilidad de los últimos años han producido una actitud de escaso compromiso de nuestros conciudadanos con su sociedad. Incluso las personas más activas intelectualmente se entregan sin rubor a la práctica de un hedonismo desvergonzado que nadie parece rechazar o censurar. Las reflexiones de carácter espiritual parecen haber dejado de tener sentido. No me estoy refiriendo a las de tipo religioso, pues incluso la filosofía parece transitar por caminos de una esterilidad desesperante. Ni siquiera la actitud desafiante respecto de los valores establecidos de Michel Onfray pone nerviosos a los poderosos, porque su defensa a ultranza del hedonismo le hace caer fatalmente en el lado de los "defensores del sistema". Recientemente una conversación, al parecer trivial, entre amigos sobre la personalidad y el significado de la madre Teresa de Calcuta me hizo reflexionar sobre los valores dominantes y las actitudes a las que se da un valor importante en nuestra sociedad. Comentaba uno de mis interlocutores que la mencionada Teresa se podía considerar una persona que no aportaba mucho a la mejora de la humanidad como no fuese al enorme aparato de marketing de la Iglesia Católica. Otro comentaba que la elogiada monja era un ejemplo consumado del egoísmo propio de nuestras sociedades. Esto provocó la indignación de uno de los oyentes que dejo la conversación de forma violenta y airada, diciendo que éramos una panda de irresponsables, pedantes y provocadores. Yo no estoy muy seguro de la acusación de egoísmo, pero es evidente que la citada señora ha logrado una fama universal junto con uno de sus más recónditos deseos: conseguir la canonización. De hecho, tengo la sensación que cuidaba su imagen de santa de una forma más que esmerada, hasta el extremo que se ha transformado en un icono contemporáneo del Vaticano. Recordaba esta conversación viendo la entrevista que recientemente le hacían por Televisión española al clérigo Jon Sobrino. Reivindicaba este buen hombre las figuras de muchos clérigos que había sido asesinados por el ejercicio de su actividad religiosa al defender a los pobres de Sudamérica de la voracidad de los ricos y los poderosos. Y mencionaba especialmente los casos de Oscar Romero e Ignacio Ellacuría. Toda la cuidada atención que el Vaticano ha tenido con la madre Teresa se la ha negado a estos dos incansables luchadores por la emancipación del género humano. Mientras tanto, nuestros hedonistas intelectuales, creadores de opinión y de valores, disfrutan con alegría, extraordinariamente cómodos con su progresismo de salón, mientras alaban las virtudes de un vino de crianza en un restaurante lujoso y cuentan los ceros de sus cuentas corrientes. Parece que su guerra no es de este mundo.

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