jueves, noviembre 01, 2007

Ha llegado la hora del Partido


¿Que ha pasado para que en unos cuantos años, se haya pasado de una actitud generosa e idealista de los políticos de nuestro entorno más inmediato a una mezquina y miope actitud de la lucha por el “asiento”?. ¿Es posible que el simple paso del tiempo haya podido deteriorar hasta ese punto la actitud de nuestros políticos?. Hay una cierta unanimidad en que hoy el ejercicio de la política ha pasado de ser una dedicación casi heroica e idealista a una “profesión” en el sentido más negativo del término. De una forma de servir noblemente a la comunidad a ser una “actividad” puramente profesional en beneficio propio, con la única vocación de perpetuarse por parte de los que la ejercen, repartiéndose cargos y prebendad, a costa de lo que sea. Nadie duda ya que algunos partidos han tomado al asalto las instituciones prescindiendo de cualquier consideración incluida la profesionalidad de las personas que intentan ejercer su dedicación al servicio público en su calidad de funcionarios. Ha llegado, pues, la hora del triunfo del partido por encima de la sociedad misma.

Estas reflexiones me han surgido al hilo de la lectura de un libro publicado por primera vez en el año 1933. Se trata de “Paedía” del autor alemán Werner Jaeger. En este libro se hace un repaso bastante exhaustivo a la sociedad y la cultura de la Grecia de los siglos VI y V antes de Cristo. En el capítulo V, refiriéndose al autor teatral Eurípides y su tiempo, explica la transmutación de unos valores asumidos por la sociedad de la Atenas clásica que han sido vapuleados por lo intereses de partido. Más o menos como ahora. Pero dejemos hablar a Jaeger:

La intriga sagaz es considerada como inteligencia política y el que es capaz de tramarla es el genio más alto. Los juramentos que unen a los miembros del partido valen menos por su carácter sagrado que por su conciencia de crimen común. Semejantes asociaciones (los partidos políticos), no se hallan de acuerdo para sostener las leyes existentes sino para ir contra todo derecho y aumentar el poder y la riqueza personal. Los caudillos llevan en boca las grandes palabras de su partido pero en verdad no luchan por un alto ideal. El poder, la codicia y el orgullo son os únicos motivos de la acción y, aun cuando se invocan los antiguos ideales políticos, se trata sólo de puras consignas verbales
[1].

Es realmente perverso que se estén ahogando los valores cívicos y políticos en la ciénaga de los intereses partidarios. Es lamentable que la promoción que siempre ha de producirse por la vía de los merecimientos personales de los servidores públicos (mérito y capacidad, dice la Constitución) haya sido sustituida por la adscripción partidaria que lleva a determinadas personas a ejercer las más altas funciones directivas públicas sin haber demostrado otra cosa que la pertenencia a un partido y la adhesión incondicional a un líder, careciendo de cualquier tipo de currículo. Eso puede ser bueno para las personas que se ven beneficiadas por el “cargo”, pero lamentable para los interesas de la comunidad en su conjunto.

Ya lo decía Walter F. Otto: “El interés personal ocupa un lugar preponderante allí donde se enturbia el espíritu creativo
[2]. Como se echan de menos aquellos tiempos en que las instituciones públicas sabían palpar el pulso de la ciudad y conseguían fundir en una misma ilusión por un proyecto común a sus funcionarios y a la mayoría de sus ciudadanos.
Pero no desesperemos. Aunque las palabras de Jaeger se referían a una época y una sociedad en la que ya nada volvió a tener nunca más el brillo que había tenido con anterioridad, es posible nuestros actuales políticos logren reconducir la situación actual y recobrar el antiguo espíritu de los valores políticos y enganchar a la sociedad al carro de la ilusión. Para ello es imprescindible no sólo intentar amarrarse a algún “proyecto” ahora inexistente más allá de la pura retórica vacía. Es necesario que las instituciones se doten del músculo necesario mediante las personas de prestigio y probada profesionalidad muchas de las cuales no es necesario que haya que buscarlas fuera porque son ya funcionarios públicos de reconocida competencia. El carné de partido no es imprescindible para dar un buen servicio a la sociedad. Recordar por último las sabias palabras de historiador romano Aurelio Víctor que allá por el año 361 d. C. decía las siguiente palabras con respecto del emperador Constancio II para que fuesen tenidas en cuenta por el nuevo emperador Juliano: “Frente a los grandes y celebrados méritos, han sido muy perjudiciales el celo por someter a prueba a los dirigentes de las provincias y de las tropas, a un insoportable carácter de la mayoría de sus servidores, así como la postergación de las personas hábiles y capacitadas. Para decir las cosas alto y claro: del mismo modo que nada hay más provechoso que el emperador mismo, no hay nada más horrible que la mayoría de sus colaboradores
[3].


[1] Jaeger, Werner. Paideia. FCE. México 1962. Pag. 306
[2] Otto, Walter F. Dioniso, mito y culto. Siruelo, Madrid, 1997. Pçág. 23.
[3] Bringmann, Klaus. Juliano. Herder editorial S.L. Barcelona 2006. Pág. 93

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