miércoles, octubre 25, 2006

La inmigración: una bomba de relojería

Las tropelías que hoy cometemos con los emigrantes tendrán sus consecuencias más funestas en las próximas generaciones. Nadie les ha pedido que vengan, pero los necesitamos. Ellos hacen los trabajos más sucios y más duros y les pagamos una miseria, juntamente con toneladas de desprecio. Es verdad que así han sido todas las oleadas migratorias a lo largo de la historia. Pero que en el siglo XXI sigamos con ese horrible mercado de esclavos, enmascarándolo con nombres menos repugnantes, no deja de ser una paradoja en una época en que a los europeos se nos llena la boca de derechos humanos. La única manera de mirar decentemente el fenómeno de la inmigración, es considerarlo como la mejor inversión en factor humano que podríamos haber hecho. Es verdad que la mayoría de los ciudadanos son capaces de entender la horrorosa tragedia de esta personas, pero también es verdad que no mueven un dedo para ayudarles a resolver sus problemas. Al fin y al cabo no son más que mano de obra barata de la que nos aprovechamos todos. Pero, ¿Y sus condiciones de vida?. ¿Y el terrible drama de la educación de sus hijos?. Algunas personas se quejan de que tengan los mismos derechos que los nacionales del país de residencia. Parten estas personas de la "ética" consideración de verse como superiores a ellos. Lo lógico sería que se quedaran en su tierra y los países ricos se volcaran en colaborar para generar progreso y bienestar. Pero mientras esto no se produce, y mientras los sigamos necesitando, es obligación del estado de acogida dedicar los recursos necesarios para que se produzca una integración verdadera. Desde el momento que llega para quedarse definitivamente, el inmigrante debe ser acogido simplemente como un ser humano. Sus hijos recordarán siempre la forma en que ellos y sus padres fueron tratados. El recién llegado debe sentirse como un huésped, nunca como un fiera acosada y perseguida. Sabemos que cuesta mucho dinero, pero será el dinero mejor gastado por las instituciones públicas. No hacerlo así supone de hecho la creación de guetos y la generación de un rencor que provoca frustraciones, nostalgias de los países de origen y conflictos sociales. La llegada de inmigrantes no es un problema de orden público es una cuestión de solidaridad y justicia, pero también una cuestión económica y social de primer orden que debe ser tratada con la categoría de prioridad absoluta por parte de los gobiernos. Da pena tener que oír propuestas como la del candidato a la presidencia de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas, que les quiere imponer una especie de "carnet por puntos" trasladándole a ellos los esfuerzos derivados de la acogida. Como si no tuvieran que hacer ya un esfuerzo sobrehumano para sobrevivir en un mundo hostil lejos de los paisajes que les son familiares, explotados y expoliados hasta la extenuación y engañados por nuestros inteligentes empresarios. Esa propuesta es, cuanto menos, racista.

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