jueves, octubre 26, 2006

ser de izquierdas III

La lucha de clases se desarrolló con potencia durante todo el siglo XIX y acabó integrándose en el paisaje político institucional a partir de la formación de los Sindicatos y la Internacional Socialista en el último tercio del siglo. La burguesía por su parte se atrincheró de manera tozuda en la defensa a ultranza del mercado libre, sostenido por regímenes ultraconservadores, para optimizar beneficios sobre el sudor y la sangre de la clase obrera. Marx había incluido en sus escritos, especialmente a partir de su libro "Contribución a la Crítica de la Economía política", el principio teórico básico del marxismo: "que toda mercancía no es más que trabajo humano y, por tanto, el beneficio empresarial no era otra cosa que la plusvalía obtenida por el procedimiento de detraer una parte de la aportación del obrero que el patrón se quedaba injustamente en exclusiva". La posición intransigente de la burguesía se maximalizó en las primeras décadas del siglo XX, en que se produjeron, seguramente por el enconamiento de la propia lucha obrera, los movimientos totalitaristas cuyos ejemplos más insignes fueron el nazismo alemán y el fascismo italiano. Inicialmente, estos movimientos emanaron de la voluntad popular que pedía un cambio sobre la situación en la que se vivía. Hay que dejar constancia, en descargo de los votantes alemanes e italianos, que nunca fueron conscientes de las horribles consecuencias de sus decisiones. Ellos solamente querían un cambio que mejorase sus condiciones de vida y las fuerzas políticas tradicionales no les había sabido proporcionar. Mientras tanto, en los confines orientales de Europa se estaba gestando uno de los cambios políticos que más han afectado al panorama social de la historia de la humanidad: La Revolución Soviética. Es un tópico decir que la revolución proletaria se produjo allí donde no podía producirse de conformidad con las tesis de Marx. Es evidente que en la Rusia zarista no se daban las condiciones mínimas necesarias para que pudiese desarrollarse el socialismo predicado por Marx y Engels. No había un capitalismo desarrollado. Es verdad que, desde principios del siglo XX, la burguesía rusa empezaba a realizar las acciones para intentar, sin éxito, equipararse a las economías de la Europa Occidental. Pero lo cierto es que en el año 1917 estalla la revolución en un país, Rusia, esencialmente campesino que no había hecho la revolución industrial. Lenin, la cabeza visible del Partido Bolchevique, que estaba exiliado en Suiza, es llamado urgentemente para ponerse al frente del inesperado estallido revolucionario, que se había producido, no por las condiciones objetivas de una sociedad madura para el cambio, sino por la estupidez e incompetencia del Zar que había sometido a su país a un rosario de errores civiles y militares desde el comienzo del siglo. El último de estos grandes errores fue la entrada en la Gran Guerra de la mano de unos mandos militares incompetentes, dejando el ya precario gobierno del país al cuidado de la zarina, lo cual suponía dejarlo en manos de Rasputín. Sobre unas bases tan débiles construir el socialismo no era más que una utopía como demostraría la desgraciada historia de la Unión Soviética.




















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