viernes, octubre 20, 2006

El aliento de Dios. Copying Beethoven

Una película sobre Beethoven es siempre, para las personas que aman la música, una ocasión para la reflexión, porque, salvo que se trate de una película pesada o petulante, las incursiones en la vida o en la obra del genio alemán, si son honestas, suelen ser bien recibidas. Recuerdo la no muy lejana “Amada inmortal” de Bernard Rose del año 1994 donde Gary Oldman hacía una interpretación soberbia, o la más antigua “Un gran amor de Beethoven" del director Abel Gance del año 1936. Es la música la excusa. Pero también lo es la biografía de un hombre que, además de un sublime autor musical, era a la vez un personaje de gran carisma y carácter con una personalidad arrolladora que se presta sin duda a la caricatura y a la sobreactuación, y cuya vida privada está llena de lagunas y por ello se presta también a ser llenada por medio de la ficción. La tragedia que supuso para el mayor genio de la música ser sordo desde su juventud, también es un factor añadido a las posibilidades de dramatización. Esa desgraciada circunstancia le había conferido un carácter tan misántropo que, con el paso del tiempo, se había ido transformando en un hombre solitario, huraño y muy difícil de soportar. Precisamente es esta época de madurez creativa y solitaria del final de su vida la que intenta llenar mediante la ficción la película Copying Beethoven. Sin un gran presupuesto, como el de “Amadeus” de Milos Forman, esta cinta huye de elementos postizos a la biografía pura y dura (el odioso biopic americano) para, mediante el recurso a la ficción desnuda y honesta, centrarse en la tarea creativa del músico en ese momento de cambio sustancial y maravilloso que estaba experimentando en aquellas fechas después de la sequía a la que le había llevado la dedicación exclusiva a la ecuación de su sobrino Karl. En los últimos años de su vida Bethoven había dado un salto de gigante adentrándose por parajes creativos cada vez más complejos e intelectuales que le llevaron a ser incomprendido por sus contemporáneos. En suma, estaba sentando las bases de la música que después desarrollarían, con un nivel siempre inferior en lo que a grandeza se refiere, Malher, Bruckner, Brahms, o Wagner. La figura de Anna Soltz, muy bien interpretada por Diane Kruger, es una forma de indagar en la mente del genio para obtener alguna respuesta a ese torrente de creatividad imparable que desarrolló al final de su vida. El uso que la directora polaca Agnieszka Holland hace de los últimos cuartetos, la Gran fuga o la Novena Sinfonía, entre otras piezas musicales, me parece absolutamente honesto y adecuado. Los diez minutos a que se reduce la interpretación de la Novena están cargados de significado y emoción. La escena en la que Anna Soltz escondida entre los músicos de la vista del público mostrándole a Beethoven con sus manos y sus ojos las cadencias para que el genial sordo pudiese dirigir la orquesta, no es más que una maravillosa metáfora carnal de la belleza espiritual que inundaba la solitaria vida de Beethoven y la fuerza incontenible que emanaba de su interior y que llevaron en la realidad histórica no sólo a componer extraordinarias piezas musicales como la Novena, sino también a dirigir personalmente y de manera soberbia, pese a su sordera, en el Teatro An der Wien el año 1824 esta sinfonía cargada del espíritu de la Revolución Francesa cuyos principios inspiradores habían calado de manera profunda en la compleja mente de Bethoven. Un logro importante de la directora es haber conseguido separar al hombre del genio humanizándolo como antes nadie los había hecho. Creo que este tratamiento demuestra el enorme respeto que le profesa y que le agradecemos los que le tenemos una admiración sin límites. Ed Harris sobreactúa como era de esperar, pero también, como era de esperar, consigue la recreación de un Beethoven tremendamente atractivo y de una gran credibilidad pese a la existencia de escenas del todo increíbles como la salida a hombros del teatro. Se pueden poner muchas pegas a la directora, como el carácter excesivamente conservador y previsible de la puesta en escena que nos recuerda al Wadja de los años ochenta, o las indebidas rupturas de continuidad que se aprecian frecuentemente. Pese a todo yo saludo este renacimiento de Beethoven que, naturalmente, no es ni el mejor ni será el último, y que nos ha permitido reencontrarnos con el genio y su música siempre tan emocionante como descaradamente moderna en una película que alcanza algunos momentos de sublime delirio y que se ve, en su conjunto, con corrección y agrado. Lo que, en los últimos tiempos es mucho.

Etiquetas: