jueves, noviembre 23, 2006

Senectud

Estamos acostumbrados. Pero, a pesar de estar acostumbrados, no deja de ser una "putada" de la naturaleza. Ese horror que sienten determinadas personas al percibir las arrugas incipientes, los "michelines" inmisericordes o las calvas cronificadas, es absolutamente normal. La naturaleza es sabia pero también es muy cruel. Y reaccionamos intentando evitar lo inevitable. A medida que se acercando el tiempo de senectud tendemos a alargar mentalmente la juventud. Una persona de 60 años hoy se siente todavía joven. Y afirmará con rotundidad y espontaneidad que los 70 años no es todavía tiempo de vejez. La cercanía de la vejez nos lleva inexorablemente a intentar, aunque sea con autoengaños, retrasarla. Además, siempre esperamos vivir, como mínimo, 20 años más a partir de la edad que tenemos. Ser viejo en una sociedad que idolatra la juventud no es fácil. Lejos quedan los tiempos en que lo que se consideraba "venerable" era la vejez con su carga de sabiduría y experiencia. Los mayores eran respetados y sus consejos se consideraban siempre valiosos. Los viejos actuales saben que son un estorbo y lo cementan con frecuencia, añadiéndole al comentario una gran carga de ironía. Y a pesar de la consideración actual de los viejos como estorbos, el mundo occidental se está llenando de estorbos y dentro de unos años seremos la mayoría de la población. Un mundo poblado por hordas de viejos viviendo en solitario o en residencias. Y una escasa población joven, la mayoría de origen emigrante, renegando por la gran cantidad de recursos que se habrán de destinar a un "material de desecho" que solo produce problemas. Para vivir en ese mundo será necesario tener "sabiduría". Intentar ser independiente y autónomo el máximo tiempo posible, y confiar en que la naturaleza sea generosa para hacer el tránsito lo más suave posible. Si una persona es como un soplo de vida entre dos nadas, resulta de los más enojoso el último tramo hasta la segunda nada.

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