jueves, noviembre 09, 2006

¿Un Woody Allen para matar el tiempo?


¿Que espera el espectador cuando entra a ver una película de Woody Allen?. Esa era una pregunta de fácil respuesta en épocas ya pasadas del director neoyorkino. Con Manhattan o Hanna y sus hermanas el director había llegado a lo más alto de su carrera. Había conseguido una brillante y, en muchos casos, original lenguaje cinematográfico de una altura excepcional. La caligrafía de Allen logró cotas sencillamente soberbias. En lo que se refiere a los temas, era un lugar común que Allen interesaba a los europeos porque trataba temas transcendentes con envoltorios en los que la ironía y los finos toques de comedia permitían constantes guiños de complicidad con un espectador de clase media semiilustrado con el que conectaba con gran facilidad. Y eso que los ambientes de Nueva York que retrataba nada tenían que ver con el perfil de la mayoría de los espectadores. Pero esos destellos de sarcasmo sobre sí mismo con los que Allen parodiaba a Bergman, y que habían llegado a ser marca de la casa incrustados en diálogos en los que el ingenio se sobreponía a lo prosaico de la cotidianidad permitiendo hilvanar un producto de una factura impecable, funcionaban siempre que los temas tuviesen el suficiente calado, digamos, "filosófico". Con el paso del tiempo, el tratamiento de esos temas se fue deteriorando aunque el envoltorio seguía siendo tan brillante como siempre. Recuérdese aquella decepcionante Acordes y desacuerdos. Aunque otras veces llegaba a logros de gran altura narrativa como en el caso de Misterioso asesinato en Manhattan. En esa irregular carrera de los últimos tiempos ha de inscribirse "Scoop". El estilo de Woody Allen se aprecia desde el primer plano. El desarrollo narrativo sigue siendo impecable. Los otros elementos industriales como la fotografía o la puesta en escena están al mismo nivel. Y así podríamos continuar con los diálogos, la actuación de los protagonistas, entre ellos, el propio Allen. Quizás el papel del joven millonario ingles (Hugh Jackman) tiene unos tintes caricaturescos sólo perdonables por la introducción de elementos metafísicos cuyos antecedentes allenianos hay que buscarlos en La rosa púrpura del Cairo o La maldición del escorpión de Jade. En todo caso, hay que decir que en las películas de Woody Allen el espectador entra predispuesto a aceptar cualquier propuesta del director por estrambótica que pueda parecer. Si todas las películas de Allen hay que tomárselas como la forma que tiene el director de bromear sobre su propias inseguridades y fantasmas, ésta no es más que una broma huérfana de mensaje y fantasmas y con una conclusión impropia de su excelente inicio y mejor desarrollo.Si no viniera firmada e interpretada por Woody Allen habría pasado desapercibida.



















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