jueves, noviembre 30, 2006

Alzheimer

Seguramente la enfermedad más terriblemente inhumana es el Alzheimer. Si algo caracteriza a los humanos es su capacidad para reconocerse, reconocer a los demás, anticiparse al futuro y, por encima de todo, ser capaces de revivir el pasado. La memoria es la potencia más grande de las personas. Es la que nos hace ser capaces de disfrutar de nuestro entorno familiar y social y sentir que algo es nuestro que algo nos es emocionalmente próximo. Peter Singer, en un artículo titulado "La reescritura de los mandamientos", pone en entredicho que todas las vidas humanas tengan el mismo valor. Una vida humana tiene valor en tanto en cuanto se puede disfrutar de ella con un mínimo de calidad. Los nuevos planteamientos éticos han de hacer frente a las enfermedades que anulan la capacidad de vivir dignamente de las personas, y han de hacerlo de una manera distinta a la prescrita por la religión tradicional. En el caso del Alzheimer, cuando la enfermedad está en un estado avanzado y la persona ha dejado de serlo porque no puede ni siquiera reconocerse a sí mismo, no parece que lo más sensato sea practicar una política activa por intentar a toda costa mantener con vida al enfermo. De hecho, en los estados avanzados de Alzheimer, las personas ya han dejado de ser seres humanos en sentido estricto. Mantener a toda costa ese estado vegetativo, tan inhumano para el enfermo y las personas que con él se relacionan, no tiene el más mínimo sentido ni desde el punto de vista de la ética ni desde el punto de vista de la inexistente vida "humana". El cerebro de un enfermo avanzado de Alzheimer es como un ordenador al que se le hubiese borrado la memoria del disco duro de una forma irrecuperable. Pero la sociedad, sometida de manera tiránica a un ethos religioso inmoral que se ha consolidado con el paso de los siglos, nos lleva a actuar contra la propia naturaleza, obligando a vivir a un cuerpo sin aliento espiritual, sin alma, con lo que ello supone de sufrimiento continuado para las personas que han de encargarse de su cuidado. Y lo peor es que ese cuerpo, tan cariñosa y sufrientemente cuidado, ni siquiera es consciente, en lo más mínimo, del cariño de las personas que le atienden. Es al Estado al que corresponde regular de una vez por todas un nuevo "ethos" social laico con el que la sociedad asuma que, en el caso de los enfermos avanzados de Alzheimer, previos los dictámenes técnicos pertinentes, se pueda acabar médicamente con los sufrimientos innecesarios. Sólo una norma ampliamente consensuada podrá girar el modo de mirar una enfermedad que, hoy por hoy, lleva irremisiblemente a una lenta, indigna, e innecesaria agonía.-

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domingo, noviembre 26, 2006

El gol de Ronaldinho

El sábado 25 de noviembre de 2006 se produjo un suceso insólito en un encuentro de fútbol que estaba a punto de finalizar. Se enfrentaban el Barça y el Vilarreal. El suceso insólito fue un gol del jugador brasileño Ronaldinho: una chispa de genialidad mezclada con una portentosa habilidad para la práctica del fútbol. Un instante y el estadio se vino abajo entre aplausos, gestos de sorpresa, admiración y aprobación. En ese momento todos los “culés” se sintieron realizados. Sintieron que había merecido la pena vivir para ver algo semejante. La satisfacción y la alegría se expandieron como reguero de pólvora sobre toda la galaxia del Barça. Pero no era solo un momento de satisfacción por la obra de arte del brasileño. Era, sobre todo, una bofetada a todos los “anticulés”, especialmente a los aficionados del Real Madrid. Ser de un equipo de fútbol es una condición que, en la mayoría de los casos, les viene dada a los ciudadanos. Se es del Barça porque se ha nacido en Cataluña o porque lo son los padres, amigos o familiares. Muy pocas veces hay una adscripción voluntaria y consciente. Por eso resulta tan poco racional esa explosión de soberbia que se produce ante estos raros acontecimientos como el gol de Ronaldinho. Cuando uno escucha a un aficionado ante esa tesitura, da toda la impresión que ha sido él mismo el autor del tanto y no el genial futbolista. En todo caso, la actitud está más que justificada, porque a los ciudadanos corrientes no les está dado el privilegio de ufanarse casi de nada. Por eso el día que pueden sacar pecho, lo explotan hasta las últimas consecuencias.

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Introspección

Se puede definir la introspección como el acto humano de mirar dentro uno mismo. La introspección puede ser una práctica muy higiénica para la salud mental e, incluso, la salud física. Para hacer introspección no es necesario tener demasiado tiempo libre. Es algo que se produce ráfagas rapidísimas, destellos de luz sobre nuestras conciencias. Y la mayoría de las veces, lo que vemos no nos gusta demasiado. Por eso muchas personas de nuestra época hace tiempo que decidieron que era una actividad superflua. Yo pienso mas bien que es una actividad incomoda para la mayoría de las personas. La intranquilidad interior va pareja con la tranquilidad exterior. Los gestos de suficiencia o los alardes ensimismamiento no consiguen apagar esas lucecitas interiores que funcionan como avisadores de que algo no marcha del todo bien. Sólo cuando seamos capaces de aguantar la vista sobre esos molestos avisadores podremos caminar con la cabeza bien alta. Todo lo demás son excusas de mal pagador.

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viernes, noviembre 24, 2006

Evasión sutil

Las personas suelen ser muy poco reflexivas respecto de si mismas y de todo aquello que les rodea. No nos interesa pensar nada que vaya mucho más lejos de nuestras propias narices. Nos educan para que nos transformemos en imitadores de conductas preexistentes. Una persona se puede considerar un buen "profesional de la vida" cuando es capaz de dominar un número suficiente de rituales rutinarios. Nos pasamos la vida repitiendo rituales. Desde que nos levantamos nos integramos en unas confortables rutinas e incluso planificamos todas aquellas rutinas que nosotros consideramos que no lo son. Es la vida "ciega", pero confortable, de la mayoría de los ciudadanos occidentales. Las personas son mas ricas o más pobres intelectualmente en función de la mayor o menor riqueza de rutinas que haya incorporado a su vida. Hay rutinas que son creativas, rutinas que son aburridas, rutinas que son simplemente insustanciales, otras que son pueriles y así podríamos seguir indefinidamente buscando calificativos para la palabra que mejor define los últimos años de nuestra civilización: la rutina. Es verdad que nos adiestran para conseguir que las rutinas adquiridas sean aquellas que dan más relevancia social y, consecuencia, más dinero y más confortabilidad material. El problema es que el aprendizaje de las rutinas, incluyendo aquellas que pueden ser más gratificantes, acaba siendo insuficiente para las personas que gozan de un mayor grado de curiosidad. Por eso la única posibilidad de salir de maraña de rutinas es planificando concienzudamente un evasión. Antes que nada hay que analizar detenidamente nuestro grado de aprisionamiento. En muchos casos la autocondena rutinaria es tan grande (cadena perpetua y similares) que resulta imposible salir sin destrozar nuestros entornos más queridos. Por eso es aconsejable en estos casos, que son la mayoría, una evasión más sutil. Se trata de la evasión espiritual dirigida hacia mundos interiores que son los únicos que se dejan explorar contando con su propia complicidad. Además, tienen la ventaja que, si se domina bien, el procedimiento podemos dar la impresión de seguir en la misma celda. Y seguir en la misma celda, sin estar realmente en ella, es el objetivo más anhelado.

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jueves, noviembre 23, 2006

Senectud

Estamos acostumbrados. Pero, a pesar de estar acostumbrados, no deja de ser una "putada" de la naturaleza. Ese horror que sienten determinadas personas al percibir las arrugas incipientes, los "michelines" inmisericordes o las calvas cronificadas, es absolutamente normal. La naturaleza es sabia pero también es muy cruel. Y reaccionamos intentando evitar lo inevitable. A medida que se acercando el tiempo de senectud tendemos a alargar mentalmente la juventud. Una persona de 60 años hoy se siente todavía joven. Y afirmará con rotundidad y espontaneidad que los 70 años no es todavía tiempo de vejez. La cercanía de la vejez nos lleva inexorablemente a intentar, aunque sea con autoengaños, retrasarla. Además, siempre esperamos vivir, como mínimo, 20 años más a partir de la edad que tenemos. Ser viejo en una sociedad que idolatra la juventud no es fácil. Lejos quedan los tiempos en que lo que se consideraba "venerable" era la vejez con su carga de sabiduría y experiencia. Los mayores eran respetados y sus consejos se consideraban siempre valiosos. Los viejos actuales saben que son un estorbo y lo cementan con frecuencia, añadiéndole al comentario una gran carga de ironía. Y a pesar de la consideración actual de los viejos como estorbos, el mundo occidental se está llenando de estorbos y dentro de unos años seremos la mayoría de la población. Un mundo poblado por hordas de viejos viviendo en solitario o en residencias. Y una escasa población joven, la mayoría de origen emigrante, renegando por la gran cantidad de recursos que se habrán de destinar a un "material de desecho" que solo produce problemas. Para vivir en ese mundo será necesario tener "sabiduría". Intentar ser independiente y autónomo el máximo tiempo posible, y confiar en que la naturaleza sea generosa para hacer el tránsito lo más suave posible. Si una persona es como un soplo de vida entre dos nadas, resulta de los más enojoso el último tramo hasta la segunda nada.

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miércoles, noviembre 22, 2006

Ser de izquierdas IV

Y Rusia (la URSS) fue el faro que había de guiar y el espejo en que se habían de reflejar los destinos de un parte importante de los empeños de la izquierda en todo el mundo. Lenin, después del golpe de estado que llevó al Partido Bolchevique al poder absoluto en Rusia, produjo un cambio sustancial en la izquierda con la creación del Komintern que supuso la constatación de su ruptura irreconciliable entre partidos socialistas y los nuevos partidos comunistas. Pero las creaciones de Lenin no se corresponden con lo que se ha llamado el socialismo científico. Fueron más bien improvisaciones derivadas de las urgencias provocadas por la necesidad de hacer frente a la difícil situación durante la Gran Guerra o la posterior y más sangrienta Guerra Civil con una hambruna que dejo más de diez millones de muertos. Las nacionalizaciones no fueron virtud sino necesidad de la denominada economía de guerra. Ese socialismo de guerra debía ser sustituido por la NEP (Nueva Política Económica), con la vuelta, en gran medida, al sistema de mercado y la devolución de las fábricas incautadas. Pero el padre de la revolución no llegó a ver la NEP. Muerto Lenin, Stalin se impuso por mayoría aplastante como máximo mandatario del Partido Comunista. Los despropósitos y excentricidades, rayanas en la locura y en el asesinato sistemático de una parte de la población rusa incluyendo miles de muertos dentro del propio Partido Comunista ruso (PCUS), no desanimaron a la izquierda mundial que siguió durante años admirando el modelo soviético. Se había impuesto un sistema de planificación centralizada que, al margen de las periódicas purgas dentro del partido y la eliminación física de millones de campesinos, provocó un crecimiento espectacular de la URSS en el plano industrial y del nivel de visa de sus habitantes. La tesis del socialismo en un solo país había dejado frustradas las esperanzas de los países occidentales que se hubieron de conformar con dejar de la lado sus propias revoluciones por la injusta decisión política impuesta por la URSS que mantenía narcotizados a los Partidos Comunistas de los países occidentales a cambio de que sus gobiernos dejaran tranquila a la URSS.

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domingo, noviembre 12, 2006

Un hedonismo trivial



Si hubiera que buscar un “modelo de comportamiento” en los tiempos actuales. ¿Cómo podríamos encontrarlo? Hace años con seguir el pensamiento de Bertrand Russell, por ejemplo, ya podría se suficiente como guía para la acción. Pero ¿a quien le hace falta hoy un modelo?. Todos somos autosuficientes ideológicamente e intelectualmente perfectos. Basta ver cualquier debate entre amigos para ver como, cargados de seguridades absolutas, todos se prestan a defender sus posiciones políticas y éticas como si de concienzudos filósofos se tratara. El problema es que no hay nada nuevo bajo el sol y que se trata de repeticiones sistemáticas de los mismos agotados argumentos. No se bien a ciencia cierta el porqué de tan rutinaria repetición y el volver sistemáticamente a practicar el mismo ritual para llegar a idénticas conclusiones. Quizás la cosa no da para más en una sociedad donde la búsqueda de la comodidad y la seguridad personal y familiar es el único objetivo palpable. El problema es que muchos seguimos buscando ese modelo de comportamiento que se adecue a un modelo de sociedad mínimamente aceptable. A veces tengo la impresión que, desde una absoluta honestidad, las personas de las sociedades occidentales se encuentran tan desorientadas intelectual e ideológicamente que no les queda más remedio que refugiarse en ese hedonismo trivial tan de boga desde hace años. Es la lógica consecuencia del triunfo de la clase media. No se puede pedir imaginación y creatividad a una clase que sólo la tiene en momentos de cierta tensión o necesidad. Pero, como es imposible renunciar a un mínimo de creatividad, lo fácil es refugiarse en aquello que tiene prestigio o está de moda entre las vanguardias culturales. Hay que decir que se requiere una situación de una cierta confortabilidad económica. Pero tampoco demasiada. Un sueldo de nivel medio es más que suficiente. Ser de izquierdas, por descontado. Haber viajado lo suficiente por el extranjero y por lugares exóticos. Eso si, aparentar que se sabe “apreciar” la moda, la buena cocina, los buenos vinos. Conocer por encima los últimos estrenos cinematográficos, teatrales o musicales. No hace falta ser un buen conversador, con decir cuatro trivialidades tópicas ya basta. Pero atención hay una condición “sine qua non”. Se ha de tener un desprecio más que evidente por la poco prestigiosa “clase obrera”. Si se siguen esas pautas no hace falta ningún modelo, ni ético ni de sociedad. Lo importante es pasar por ser “progre” y “situarse” cómodamente a la vanguardia de lo que sea. Atención para ser un perfecto hedonista trivial se ha de poner mucha atención la vestimenta. Una ropa elegantemente descuidada es complemento imprescindible para ser un perfecto hedonista trivial.

















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jueves, noviembre 09, 2006

¿Un Woody Allen para matar el tiempo?


¿Que espera el espectador cuando entra a ver una película de Woody Allen?. Esa era una pregunta de fácil respuesta en épocas ya pasadas del director neoyorkino. Con Manhattan o Hanna y sus hermanas el director había llegado a lo más alto de su carrera. Había conseguido una brillante y, en muchos casos, original lenguaje cinematográfico de una altura excepcional. La caligrafía de Allen logró cotas sencillamente soberbias. En lo que se refiere a los temas, era un lugar común que Allen interesaba a los europeos porque trataba temas transcendentes con envoltorios en los que la ironía y los finos toques de comedia permitían constantes guiños de complicidad con un espectador de clase media semiilustrado con el que conectaba con gran facilidad. Y eso que los ambientes de Nueva York que retrataba nada tenían que ver con el perfil de la mayoría de los espectadores. Pero esos destellos de sarcasmo sobre sí mismo con los que Allen parodiaba a Bergman, y que habían llegado a ser marca de la casa incrustados en diálogos en los que el ingenio se sobreponía a lo prosaico de la cotidianidad permitiendo hilvanar un producto de una factura impecable, funcionaban siempre que los temas tuviesen el suficiente calado, digamos, "filosófico". Con el paso del tiempo, el tratamiento de esos temas se fue deteriorando aunque el envoltorio seguía siendo tan brillante como siempre. Recuérdese aquella decepcionante Acordes y desacuerdos. Aunque otras veces llegaba a logros de gran altura narrativa como en el caso de Misterioso asesinato en Manhattan. En esa irregular carrera de los últimos tiempos ha de inscribirse "Scoop". El estilo de Woody Allen se aprecia desde el primer plano. El desarrollo narrativo sigue siendo impecable. Los otros elementos industriales como la fotografía o la puesta en escena están al mismo nivel. Y así podríamos continuar con los diálogos, la actuación de los protagonistas, entre ellos, el propio Allen. Quizás el papel del joven millonario ingles (Hugh Jackman) tiene unos tintes caricaturescos sólo perdonables por la introducción de elementos metafísicos cuyos antecedentes allenianos hay que buscarlos en La rosa púrpura del Cairo o La maldición del escorpión de Jade. En todo caso, hay que decir que en las películas de Woody Allen el espectador entra predispuesto a aceptar cualquier propuesta del director por estrambótica que pueda parecer. Si todas las películas de Allen hay que tomárselas como la forma que tiene el director de bromear sobre su propias inseguridades y fantasmas, ésta no es más que una broma huérfana de mensaje y fantasmas y con una conclusión impropia de su excelente inicio y mejor desarrollo.Si no viniera firmada e interpretada por Woody Allen habría pasado desapercibida.



















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