martes, enero 16, 2007

Babel. Denuncia social de calado


Cada vez tiene menos sentido calificar una película como buena o mala. Esos adjetivos son poco o nada significativos cuando se trata de un producto cultural complejo. En todo caso, son simplemente, una manera de expresarse de forma simple cuando no se quiere (o no se puede) dar una opinión más elaborada. Respecto de la calidad formal del filme Babel, decir solamente que se trata de una película muy bien ambientada y muy bien interpretada. Pienso que esta película, al margen de esos numerosos méritos cinematográficos, es de un gran interés. Lo más importante para mi es que recrea mundos personales y sociales que existen de verdad y sobre los cuales el autor ha urdido una trama cuyo origen es poco creíble aunque suficiente como detonador de tres situaciones que acaban siendo angustiosas, pero que reflejan de forma extraordinaria el mundo actual, un mundo de contrastes en el que la insolidaridad puede convivir con formas exquisitas de bondad. Claro que con estos mimbre se puede hacer una birria o un producto de la una excelente calidad, como es el caso. El mundo marroquí, que conozco por haber estado en esa zona hace poco tiempo, es un marco más que espectacular para poner de manifiesto las desigualdades e injusticias que existen entre países pobres y ricos. Y también para evidenciar que la soberbia viene generalmente emparejada con el dinero y el bienestar. Los personajes que interpretan Cate Blanchett y Brad Pitt (magníficos en sus respectivos papeles), son dos personas acomodadas del mundo occidental han ido a escaparse unos días (para buscar el marco adecuado donde intentar arreglar unos problemas sobre los que nada puede hacer su acomodo económico) a un mundo exótico que sólo van a conocer de manera epidérmica y sin profundizar en absoluto en unos problemas reales de pobreza y marginación a que se enfrenta a diario la población autóctona. Todo lo contrario de la familia magrebí que bastante tiene con intentar sobrevivir día tras día. El incidente que desencadena la acción les obliga a reflexionar, al menos sobre una parte de esos problemas, y les abre los ojos a un mundo sobre el nunca habían mostrado la más mínima preocupación. Ese es también el tono de los episodios, conexos pero argumentalmente diferentes, de Tokio y México. La mirada del espectador a esas tres realidades se produce de manera limpia, porque es limpia y espontánea la mirada del director, Alejandro González-Iñárritu, que de una forma tan simple discursivamente como compleja cinematográficamente, ha producido un documento de denuncia social espontaneo y profundo. Es todo un mazazo sobre nuestras conciencias, ya que a ellas se asoman no ya sólo la miseria real y espiritual, sino también la violencia (tortura incluida), desesperación solidaridad/insolidaridad, incomunicación y desesperanza. Más de dos horas de cine en estado puro. Una película imprescindible.

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