martes, diciembre 12, 2006

¿Donde está la felicidad?

¿Qué hemos de pensar de cada una de las maravillas con que la naturaleza agasaja a nuestros ojos desde el alba hasta la noche?. ¿No son el día y la noche, en sí mismos, prodigios incomprensibles?. El exceso de racionalidad ha acabado por nublar nuestro entendimiento que ha sufrido en los últimos años fuertes sobredosis del racionalismo destilado por el ensimismamiento tecnológico. Y lo cierto es que disfrutamos tan poco de la luz del día, como de cada uno de los regalos de la naturaleza. Cuando nos duchamos, lo hacemos de una forma mecánica. Y mecánica es también la forma en la que comemos o nos desplazamos. La rutina ha transformado nuestra percepción en algo amorfo e insensible. La naturaleza nos ha regalado todo lo necesario para vivir. Y lo que la naturaleza produce es suficiente, e incluso sobra, para todas las personas que habitan el planeta. Pero el hombre se empeña en ignorar un principio tan elemental como el que dice que en la Tierra hay lugar y alimento suficiente para todos. Es verdad que la ignorancia ha hecho que las poblaciones que tienen el poder político y económico en el planeta se empeñen en ahogar la igualdad entre las personas y así hacer que triunfe la opresión. Es esa necesidad de intentar se superior a los demás para dominarlos, la que acuciada por la torpeza de buscar la felicidad en el poder del dinero, la que ha provocado el desprestigio "real" de la solidaridad. La riqueza no se ha de buscar en el dinero, sino todo un conjunto de bienes espirituales y convivenciales que son los que hacen que un simple individuo llegue a ser realmente una persona. Ese mecanicismo ciego del comportamiento colectivo es el que nos ha llevado a trastocar los valores naturales y sustituirlos por los bienes materiales. Pero es evidente que tales bienes ni de lejos llegan a compensar la eficacia del amor y la solidaridad para alcanzar la felicidad. Y es que la pobreza espiritual se ha adueñado de un Occidente anegado por la codicia y el individualismo.

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