domingo, diciembre 10, 2006

Sólo buenas intenciones


Cuando el director Tom Tywker se decidió a llevar al cine la novela de Patrick Süskind, “El Perfume”, era consciente que no se podía trasladar a la pantalla ni un pequeño porcentaje de la magia del libro. Hay que decir que se trata de una película meritoria en la que la mayoría de los profesionales que interviene despliegan lo mejor de sí mismos. Pero eso, en este caso, es absolutamente insuficiente. El inicio de la película engancha por lo sugerente de sus imágenes rodadas en una ambientación excepcional que tiene como fondo la ciudad de Barcelona convenientemente maquillada para la ocasión. Pero inmediatamente, el director comienza a titubear en el despliegue del personaje principal sobre el que no consigue trasmitir su desdichada y ambivalente personalidad. También es cierto que el protagonista, un Ben Whishaw que titubea en la interiorización del personaje, no acaba de encontrarse del todo cómodo. Pero concluidos esos primeros minutos de inseguridad, pasamos a una fase de la película que es, en mi opinión, excepcional. Pero no es mérito de la producción, pues los momentos excepcionales del film tienen nombre y apellido: Dustin Hoffman. Durante el tiempo de su intervención la película se vuelve milagrosamente extraordinaria. Hoffman hace del perfumero Maldini una creación prodigiosa. Son los únicos momentos en hay alma, vida y pálpito. A partir de estas escenas, todo hace presagiar que, si se mantiene el ritmo y la tensión creados por Hoffman, la película podría llegar a ser una obra maestra. Nada de eso. A partir de la muerte de Baldini comienzan toda una serie de despropósitos fílmicos que trastocan todo lo inicialmente ganado. Toda la magia que el director nos quiere transmitir se queda en absolutamente nada. O lo que es peor, la película se desborda sin remisión por un precipicio de mediocridad que hace que la pretendida magia se transforme simplemente en algo ridículo que roza un patetismo insoportable en los momentos finales. Cuando no se esta seguro de poder trasladar a la pantalla el espíritu que el autor de la historia sí ha logrado encerrar el libro, lo mejor es desistir y no intentarlo siquiera. Para los que no hayan leído el libro, la visión previa de la película lo deja arruinado sin remedio.

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